martes, 22 de marzo de 2011

El coche colega.

Os habrá pasado más de una vez.

Vas por la carretera tranquilamente, a tu rollo. Miras por el retrovisor  y te das cuenta de que el coche que ves reflejado es el mismo que está ahí desde hace unos cuantos kilómetros.

Te empiezas a poner algo nervioso, tu nivel de atención sube, te enderezas al volante.

No, no  te persiguen, no tienes miedo del de atrás.  Lo que sucede es que tienes un coche colega. Un coche que se mantiene a la misma velocidad que tu, que adelanta cuanto tu lo haces, un coche al que le gusta tu forma de ir y que mantienen una razonable distancia de seguridad.
A todos nos a sucedido y todos reaccionamos igual. De repente asumimos una responsabilidad. Empezamos a ser conscientes de la velocidad a la que vamos, de la forma en que tomamos las curvas, y todo con tal de no decepcionar al coche colega. No sabemos si el de atras se habrá dado cuenta del vinculo que hemos establecido pero para nosotros existe y es importante.
La parte buena es que prestaremos más atención a nuestra conducción y de esa forma correremos menos riesgo de distraernos al volante. La mala es que esa atención se desviará constantemente hacia los espejos para saber si seguimos manteniendo detrás a nuestro colega, y si por ello, está satisfecho con nosotros. Quizá hasta imaginaremos que le dice a su copiloto y pasajeros que da gusto tener delante un conductor que le hace llevar tan buen ritmo. Y si vemos que se acerca, entonces aceleraremos un poco más de lo que nos gusta con tal de que no nos adelante, de que no nos pierda, de que no seamos una decepción.

Esta relación, como todas, puede terminar de dos formas. De muerte dulce cuando, o el coche colega, se desvía o detiene, o lo hacemos nosotros y lo dejamos ir con una sensación de trabajo bien hecho.
O de forma dramática cuando coche colega, adelantándonos, pone fin a nuestro tiempo juntos. Y esto es un shock. De repente, por algún motivo que no llegaremos a comprender nunca,  ya no le servimos. No lo entendemos. Le hemos dado todo lo que podíamos, hemos hecho de liebre muchos kilómetros sin ningún problema y sin pedir nada a cambio, hemos dado velocidad constante, exquisito uso de los intermitentes a la hora de adelantar, un plus de iluminación con poca visibilidad,... - Y ahora nos adelanta sin, tan siquiera, mirarnos. Sin ningún destello de sus preciosas luces largas.
Le vemos alejarse, quizá buscando un nuevo coche colega. Solo nos queda convencernos a nosotros mismos de que lo hemos hecho lo mejor que hemos podido. Que la culpa no es nuestra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario